sábado, 20 de septiembre de 2014

El futuro de nuestra profesión

¿En qué quedaremos convertidos los profesionales de la salud mental cuando perdamos el poder social tan grande que permanece bloqueado y acumulado en nuestras manos, sobre todo en las psiquiátricas?

Pensando en el inconsciente

Estaba pensando en el inconsciente. Se me vino Freud y todos los derivados posteriores. Todo es muy significativo. La imagen de Freud, Lacan, Melanie Klein o cualquier otra figura del psicoanálisis. El psicoanálisis mismo como objeto de culto, como objeto identificatorio, como lugar de pertenencia. Las batallas epistemológicas, las aparentes incompatibilidades de los paradigmas (biológico, psicodinámico, sistémico,…) entre los cuales parece que tenemos que decidirnos. Todo me recuerda a las batallas religiosas, hay un ligero hedor a oscuridad, un poco como los restos putrefactos de un dios que todavía no ha muerto, rodeamos como moscas el cadáver de un rey, un guía, un chamán, un gurú, o lo que sea que nos libre de la libertad más absoluta que es nuestra muerte. Los profesionales pasamos mucho tiempo luchando en estos niveles inconscientes de identificación, íntimamente relacionados con nuestra historia vital y nuestro grupo interno. Aparentamos una profesionalidad tallada a conciencia, incluso con buena conciencia de nosotros mismos. Al menos tratamos de defendernos de eso. Nuestro inconsciente, el inconsciente en el que estamos inmersos, emerge constantemente para sacudirnos. No podemos ser sordos del todo.

Sobre el fascismo invisible

Estábamos en una reunión de equipo, de esas gruesas de todo el equipo de la mañana (bueno, de los que aparecemos), sale un tema sobre un paciente que nos lleva a cuestionarnos nuestro trabajo. Ayer empezaba el ramadán y el paciente solicitaba, con toda coherencia, poder realizarlo durante la hospitalización, siendo flexible en sus condiciones. Su referente, muy sanamente, intenta concederle esa petición, pero se encuentra con el rígido y paranoico muro de la institución. La reunión es una pantomima, y el solo hecho de querer generar debate hace que surjan rápidamente las incongruencias y el fascismo invisible que nos atraviesa y en el que nadamos como peces en el océano. Curiosamente fuera pasaban dos cosas: un paciente se había quedado- lo habíamos dejado- encerrado en el pasillo de las habitaciones y otro paciente, que suele hacerse cargo de la emoción, estaba con la música muy alta, cantando un flamenco muy sentido. Rápidamente, a la par que en la reunión de dentro se apagaba el debate sin pudor, fuera se le bajaba la música al paciente y se le llamaba cariñosamente al orden. 
El fascismo se vale de la violencia, en eso estaremos todos de acuerdo. Pero el fascismo se ha ido refinando con la historia y se ha vuelto también más civilizado. Ahora depositamos todo eso en las culturas más primitivas, menos evolucionadas, actualmente en los fanáticos religiosos de toda condición. Nos ayudan a no fijarnos en nuestra violencia, tan brutal como invisible, no porque no se la vea sino porque va tan bien vestida que incluso alabamos y jugamos con sus formas, de hecho, son la otra cara de nuestra violencia y nosotros la otra cara de la suya, y cuanto más la ocultemos nosotros, más intensa se hará la de ellos. Esto sigue siendo un juego, lo que pasa es que está tomando un carácter globalmente gigantesco, con lo que resulta claramente peligroso para todos nosotros.

Atrapados

Atrapado en el hospital. Atrapado con el paciente en una situación de la que todavía no encuentro salida, como él, que me dice que no hay más salida que quedarse aquí, pero aquí no quiero que se quede, sí, lo quiero echar, dependencia, somnolencia, limpiando el suelo para borrar su culpa, o puede que la mía. Le doy para romper unos papeles, símbolo de su crisis que ambos queremos olvidar pero no sabemos cómo. Sigo bajando la medicación a costa del miedo. Miedo que le paraliza, que nos paraliza. Está atrapado en el hospital, atrapados en un momento de la relación que nos precipita centrípetamente en la nada autística. He cambiado, necesito limpiar la culpa de haberle fallado, o haberle transmitido algo que no he podido ofrecerle, quizás la está limpiando por mí, y esa voz por la que se siente obligado a limpiar es la mía. Atrapados en un atrapamiento del que encontraremos una salida digna para ambos.
Nuestras relaciones con los pacientes son algo más que relaciones, al igual que el resto de las relaciones. Todo sucede más acá de las palabras y de los gestos, pegado a unas emociones que dicen menos de lo que saben y saben mucho menos de la que existe. Nos manejamos en un diminuto barco en la inmensidad de un océano que nos negamos a mirar, porque sobre él hemos construído sombras que parecen realidades que parecen darnos una seguridad que no consigue calmarnos en absoluto. Miedo. Deberíamos rendirnos al miedo para poder liberarnos de él.

“No entiendo por qué está tan enfadado conmigo, creo que es algo delirante”

Los trabajadores de la salud mental tenemos múltiples estrategias de negación de nuestras dificultades, de nuestro inconsciente, y siempre la gran excusa de la enfermedad, o la patología, o las dificultades de los otros para agazparnos temerosos de nosotros mismos y del otro, fuera de la relación.

Una cuestión de poder...Tu palabra contra la mía

La psiquiatría debería perder su poder actual. Y esa plusvalía de poder viene del robo que se efectúa a las personas subsidiarias de relacionarse con los psiquiatras y todo el entramado de la salud mental. Cuando muchos de nuestros pacientes manifiestan delirios de perjuicio contra el sistema psiquiátrico y las medicaciones, no hacen más que expresar, en el lenguaje del que disponen, una aplastante realidad, que los profesionales tan solo podemos disociar gracias a nuestra verborrea psicopatológica, un contradelirio socialmente aceptado. Es una cuestión de poder: tu palabra contra la mía. Tú eres un loco. Yo soy un psiquiatra. La batalla está perdida. ¿Dejaremos de luchar?

Y si es verdad que no existen las enfermedades mentales...

“Eso es lo que tiene esta enfermedad, cuando están bien se preguntan, ¿Será verdad que tengo una enfermedad?, dejan el tratamiento y recaen"

¿Y si es verdad que no existen las enfermedades mentales tal y como las concebimos -como algo incomprensible y fuera de las relaciones?¿Y si es verdad que las personas con enfermedad mental se hacen cargo de un discurso social, de una palabra social reprimida, de toda la incongruencia que soporta nuestra estructura social, esos sistemas, nexos de fantasía social al decir de Laing, donde nos encontramos atrapados?


Microconversaciones sociopolíticas II

“- Aqui les mezclamos el zumo con agua para que no engorden tanto.
- Pero eso no lo podemos hacer allí, están más espabilados y se enterarían”

Gestiones como estas se realizan casi diariamente en los servicios hospitalarios de salud mental. Quizás no tan visibles, pero si igual de contundentes desde el punto de vista interpersonal.

Aunque el fascismo se vista de seda…