miércoles, 13 de agosto de 2014

Resolviendo trabalenguas

Cómo puede ser que unos profesionales que, por la estructura institucional, casi no tienen tiempo para dedicar a un paciente y su compleja situación interpersonal, puedan afirmar con tanta seguridad que antes estaba bien y ahora no está bien. Suelo tener en cuenta que esta diferenciación aparece ante casos problemáticos para los Equipos, y que antes era fuera (el afuera del adentro -o el adentro del afuera) y ahora es dentro (que es el afuera del afuera -o el adentro del adentro). Tenemos que ir resolviendo estas diferencias en nuestras posiciones socio-existenciales para poder integrar nuestro trabajo de una forma operativa.

Si el Hospital es dentro los CSM (Centros de Salud Mental) son fuera. En el hospital se realiza mayormente una identificación con el sujeto ingresado, con su dentro. En el CSM se realiza mayormente una identificación con la familia y el entorno social cercano, con el afuera del sujeto. Nos convertimos en una especie de representantes del adentro y el afuera respectivamente. Pero el sujeto que está dentro también representa el afuera del afuera, un exilio, una excomunión al afuera social, el status quo que se defiende de lo que puede alterarlo. Y el afuera, a parte del afuera del adentro, es también el adentro del afuera del adentro, una densa malla interpersonal de significados más o menos anudados en situaciones dilemáticas que mayormente se ocultan bajo el sencillo fuera, un adentro del afuera del adentro del sujeto que a la vez está dentro del sujeto y de todos nosotros, que no sabemos muy bien donde estamos ni cual es nuestro papel. ¿Quién desanuda esto?

Nuestro ser político

Se ha hablado mucho de los varios niveles conceptuales en los que podemos comprender al hombre: lo somático, lo  psíquico, lo social. Hay diferentes escuelas y múltiples teorías al respecto. Hay una que no ha tenido mucha resonancia y que surge provocadora desde el aspecto social. Este aspecto está invadido de contenidos al respecto de la familia, principalmente, y de lo más manifiestamente social: trabajo, relaciones sociales, estructuras de poder, estigma, etc. Nos olvidamos- y ningún olvido es casual- de lo político como estructura de nuestro ser. Este nivel nos ayudaría a recuperar la parte que ha permanecido oprimida durante toda la historia y despertaría nuestra lucha por la palabra social, la perenne revolución pendiente.

Luchas de poder

En el nivel de agrupamiento sólo existimos como individuos amputados. Y en ese nivel nos manejamos de forma insolidaria y egoísta, recopilando nuestros pequeños tesoros de poder – ¡mi tesoro!-, que guardamos con un celo sibilino. Este es el nivel habitual de manejo interpersonal en la institución (y en nuestra sociedad actual) y, en este nivel, la lucha por el poder se convierte en una carnicería de seres humanos, un espectáculo grotesco que sucede tras el telón de lo manifiesto y que la propia lucha nos impide ver.

Y la lucha revolucionaria viene cuando el poder se resbala de unas manos concretas para diluirse en el grupo, potenciándose. Nos pasamos el día gastando energía en quejarnos del status quo de la institución, que generalmente es depositado en las figuras que ostentan el poder. Mientras, llevamos a cabo nuestra propia batalla por el margen de poder por el que podemos luchar, sin llegar nunca a poder desprendernos de esa miserable posesión que nos enfrenta. Así sobrevivimos todos en la institución, cada uno en su lugar y rol de la pirámide jerárquica, en una actitud paranoide, solitaria, empobrecida e insalubre, como pequeños gollums encerrados en una fría cueva húmeda y oscura, los unos contra los otros por el bien de nadie. Y así, el sistema se perpetúa y continúa masticando nuestras vísceras, aquello que aún nos queda de humanos.

2008, antes de la crisis...2014, todo parece seguir igual

Hay una revolución en el Servicio y en el Hospital entero por el problema económico que se avecina, cada uno temiendo las repercusiones para su bolsillo. Fuera, los pacientes continúan con su paso cansino y lejano, congelados en un tiempo para el que todavía no estamos preparados, porque ese tiempo parece quedar en un lugar muy alejado de nuestras aceleradas  y ponciopiláticas preocupaciones, jugando con la guinda de un pastel que nos repartimos entre unos pocos, mientras todos nos sentimos excluidos de algo, todos menos precisamente los realmente excluidos, que continúan con su paso congelado, cansados por una medicación que nos aleja, dejándonos, a unos mudos, y a otros sordos.

Utopía...¿Y tú, de quién eres?

Cada vez que comparto algún deseo alejado de la supuesta realidad actual pero no imposibilitado de existencia, algo así como una esperanza, un motor, un puño en alto, escucho comentarios castrantes: “eso es una utopía”, “eso es imposible”. La utopía, ese lugar en ningún lugar físico, existe desde el mismo momento en que podemos compartirlo, y poder compartirlo, es el primer paso para darle un lugar entre nosotros. Creo que cuando una persona reacciona rápidamente para negar la posibilidad de existencia a cualquier utopía, probablemente tenga miedo, o le de envidia que haya un otro(lugar) donde pueda existir esa posibilidad. Y tú, ¿de quién eres?

viernes, 8 de agosto de 2014

Cegados por la complejidad

La realidad humana es tan compleja que tiende a la fragmentación, algo así como no poder mirar directamente al sol. Y en esta fragmentación, cada persona-grupo nos hacemos cargo de una parte de sentido. Generalmente cuando los profesionales trabajamos en la hospitalización, tendemos a posicionarnos más con los pacientes y sus intereses, solemos luchar más por su subjetividad, y cuando trabajamos en la comunidad tendemos a acercarnos más a la realidad subjetiva de los familiares y las complicaciones que generan esos pacientes en la comunidad. De forma global, los trabajadores de la salud mental tendemos a hacernos cargo de una función de control, relacionándonos mayormente con personas que provocan algún tipo de alteración del orden social establecido. Este juego de roles y depositaciones tiene que ser constantemente pensado y profundizado, no olvidándose del papel que tienen para la sociedad esas personas-grupo que saltan de su anonimato social al terreno de la salud mental. Debemos pasar de una metafísica del ser – esa madeja existencial en la que hemos estado siglos atrapados- a una cierta metafísica del rol, esa existencia social interdependiente en la que todos navegamos ciegos y sin poder mirar directamente al sol. 

Microconversaciones sociopolíticas

“- ¿Me dais tabaco, por favor?
- No, a las tres, mira qué hora es todavía”

Miro el reloj, las 14:53. Mi horario de trabajo es hasta las tres, pero me voy ya.

“Todo cambio pasa por el grupo”

En las instituciones, en este caso concreto una institución sanitaria de salud mental, los grupos humanos de trabajo se dividen en función de sus tareas, que suele ser la atención de una demanda con unas características particulares (personas que requieren hospitalización, personas en el ámbito ambulatorio, población infanto-juvenil, personas mayores de 65 años con síndromes demenciales, personas con problemática de tóxicos, etc.). La demanda global: atender la salud mental de la población, se fragmenta en diferentes demandas de forma arbitrariamente consensuada y variable según el lugar, creándose equipos de personas –agrupamientos en camino del grupo- que se encargan de organizar su tarea concreta con la demanda concreta que tienen que atender.

Y estos agrupamientos-grupo, conforme a la cultura actual de nuestras sociedades, se organizan según pirámides jerárquicas de poder (responsabilidad), donde una sola persona se encarga de coordinar un grupo de personas concretas. Esta persona, a su vez, forma parte de otro agrupamiento-grupo (los coordinadores del resto de los servicios), en el que existe otra persona encargada de coordinarlos y éste último, a su vez, forma parte de otro grupo dirigente de la institución (el proceso sigue hasta llegar a estratos cada vez más macropolíticos).

En este pequeño esquema sucede todo, y la mayor parte de las veces no sucede nada. Si han de cambiar las cosas – porque el cambio es una palabra en boca de todos en una institución y la queja del status quo es el pan nuestro de cada desayuno- ha de ser grupalmente, atravesando la insolidaria solitud del agrupamiento para llegar al grupo.

“- Solo quiero una muerte digna... -Y el despertar? -Será indigno. Estaré perdido para siempre..."

Siento una pena profunda, de echarme a llorar. Un proceso de despertar enloquecido, un salto al vacío de la esperanza, un apagarse la llama, una oscuridad de excrementos manoseados, una muerte somnolienta y otra vez el despertar a una lacónica realidad empobrecida de experiencia, la reificación institucionalizada como forma de vida.

Le di una medicación que lo durmió. Quise ayudarlo a despertar. Quizás quería ayudarme a despertar a través de él. Ahora él está a punto de dormirse. Se despertará un día de estos a esa su realidad sin sí-mismo, una realidad que se le escapa de las manos y que acomete cada día casi como un autómata. Mientras, sigo aquí, en una desesperación de realidades múltiples, viendo como se resbala hacia su otra realidad una persona a la que no he podido ayudar más, mejor, ni de otra forma; no he sabido. No hemos podido. No hemos sabido. Ni siquiera ha hecho ruido al irse, tampoco hemos puesto ningún interés en escucharlo. Estuvo aquí gritándonos cosas con las manos. Sólo vimos su locura, la incomprensibilidad de un discurso demasiado humano para nuestros sentidos putrefactos. 

Ya está volviendo a su nicho cotidiano de palabras calladas y gestos silenciosos. Ya ha mejorado. Ya está estabilizado de sus síntomas. No sé dónde estará la persona. Y a quién le importa.

Liberar la palabra social

Se me ha venido una imagen sobre la liberación de la palabra social. Nos pasamos el día parloteando entre pasillos, desayunos, reuniones formales e informales. Pero la mayor parte de esta palabra es palabra muda, no es operativa a la hora de generar cambios. La liberación de la palabra social tiene que ver con el grupo y con espacios y tiempos concretos. La energía gastada en tanta palabra muda deberíamos reorientarla, grupalmente, hacia la liberación de la palabra social reprimida por esa ideología dominante que no permite un pensamiento vivo (crítico), una ideología que penetra hasta nuestras vísceras manteniéndonos ciegos, sordos e incomunicados.

“- ¿Por qué no puede un psicólogo ingresar a un paciente? - Eso es un acto médico”

La guerra por el poder se manifiesta una y otra vez, como el perenne movimiento del mar, ya sea invisible bajo la aparente calma, o con una tempestad revolucionaria. En salud mental la guerra manifiesta tiene dos caras confrontadas pero inseparables: la psicología y la psiquiatría. Psicólogos y psiquiatras. La batalla del descomunal poder médico, un imponente Goliat con unos cimientos milenarios. La eterna guerra entre el cuerpo y el alma, entre mente y cerebro, naturaleza y cultura, masculino y femenino, vida y muerte, la permanente escisión aún no resuelta en la que permanecemos desde que somos humanos, o precisamente por el mismo hecho de hacernos humanos, el salto de la animalidad a este otro mundo de palabras y símbolos danzando. Y no somos más que actores de un drama que se repite con variaciones, los múltiples ritmos de una misma sinfonía, encarnados en un aquí y ahora que se repite eternamente y en el que estamos atrapados todos sin saberlo. Discutimos y nos posicionamos en un lugar que creemos nuestro, cuando es el mismo terreno yermo de la historia, repetido en otros gestos, otras formas, pero siempre actores representando un papel ya escrito, del que nos creemos dueños. 

Sobre el poder

En el nivel de agrupamiento sólo existimos como individuos amputados. Y en ese nivel nos manejamos de forma insolidaria y egoísta, recopilando nuestros pequeños tesoros de poder – ¡mi tesoro!-, que guardamos con un celo sibilino. Este es el nivel habitual de manejo interpersonal en la institución (y en nuestra sociedad actual) y, en este nivel, la lucha por el poder se convierte en una carnicería de seres humanos, un espectáculo grotesco que sucede tras el telón de lo manifiesto y que la propia lucha nos impide ver.

Y la lucha revolucionaria viene cuando el poder se resbala de unas manos concretas para diluirse en el grupo, potenciándose. Nos pasamos el día gastando energía en quejarnos del status quo de la institución, que generalmente es depositado en las figuras que ostentan el poder. Mientras, llevamos a cabo nuestra propia batalla por el margen de poder por el que podemos luchar, sin llegar nunca a poder desprendernos de esa miserable posesión que nos enfrenta. Así sobrevivimos todos en la institución, cada uno en su lugar y rol de la pirámide jerárquica, en una actitud paranoide, solitaria, empobrecida e insalubre, como pequeños gollums encerrados en una fría cueva húmeda y oscura, los unos contra los otros por el bien de nadie. Y así, el sistema se perpetúa y continúa masticando nuestras vísceras, aquello que aún nos queda de humanos.