jueves, 31 de julio de 2014

Kosmos

Si todo está conectado en la imagen de un todo dinámico, una piedra y mis dientes, el mar y  mi intestino delgado, la luna y mi mente, nuestra historia, la eternidad, tus lágrimas, una sonrisa, los movimientos de ese todo a lo largo del tiempo son como una coreografía sin coreógrafo ni bailarines, tan solo el movimiento del Kosmos donde emerge la conciencia de sí mismo, entonces qué mas da todo, porque no morirnos ya de pena, o matarnos de risa, por qué no podemos simplemente mirarnos y no hablar, mirarnos y mirar lo que nos rodea, sólo mirar, ser mirada, convertirse en lo mirado, bucle infinito de espejos que hace estallar los significados dejando el sentido desnudo simplemente para existir, ser Kosmos. Todo es Kosmos. Todos somos Kosmos. 

“Vive en una mentira muy grande”

Trabajar en Salud Mental tiene una ventaja. Uno puede ir depositando sus carencias, sus frustraciones, su sadismo, su sentimiento de culpa, etc., en una amplia gama de situaciones y personas. Así, resulta más fácil negar las propias dificultades y continuar viviendo nuestra propia gran mentira porque, no nos equivoquemos, nadie vive en La Verdad, ni grande ni pequeña. Todos vivimos, de cara a nosotros mismos, en nuestra verdad, esa pequeña gran mentira.

Confiando

Es necesario desprenderse
confiar desnudo en otro ser humano
lanzarse al vacío que se abre entre tú y yo
ese espacio imposible que nos separa
único espacio a través del cual relacionarnos
Puede que la psicosis permanezca en ese espacio
en la soledad más inverosímil
cerca de todos y de nadie
en una inseguridad malabarista
y temerosodeseosa de contacto
en la penumbra del inconsciente
ese inconsciente compartido. 

“Fue derivado para instauración de Leponex y prepararlo para un trabajo protegido”

Mientras, una voz dice en mi cabeza: “Leponex involuntario y trabajo controlado”

“¿Por qué no les hablamos de los neurotransmisores?”

Pensar en hablarle de neurotransmisores a los usuarios me resulta mucho más extraño que el discurso del más enloquecido de los pacientes. 

De repente se me aparece la imagen de un contradelirio, la otra cara de la moneda. Las manifestaciones delirantes aparentemente desconectadas de la sociedad, irracionales y acientíficas, y las explicaciones racionalistas y científicas que conforman la ideología actualmente aceptada en nuestra civilización occidental como formando parte de una misma gestalt aún por resolver. El delirio de los locos no es muy diferente del discurso de los cuerdos. Ambos parecen irrefutables, irrebatibles y son parte de la identidad de los sujetos. El surco no existe sin los límites del surco. El surco existe porque existe el no-surco. Lo Múltiple y lo Uno.

¿Cómo podemos dar el salto? ¿Cómo integrar ambos lenguajes-mundo? ¿Cómo mirar las dos caras de una misma moneda a la vez? ¿Y si fueran las 6 caras de un dado? ¿Y si la realidad no es más que un caleidoscopio en el cual cada uno forma parte de un reflejo, un color, una refracción simbólica de esa arborescencia en movimiento que es la vida?

¿Te atreves a cambiar, compañero?

Hace un tiempo un comercial de un laboratorio me dejó un libro que ya recordaba de residente: Psiquiatría en esquemas. El porcentaje de heredabilidad de la esquizofrenia ha subido de un 50 a un 60% en los últimos años. Está lleno de jeroglíficos prácticamente indescifrables. Este es el discurso actual, el fascismo ideológico que nos tragamos sin digerir. Hace falta la otra parte de la balanza, que permanece callada, entre sombras, hace falta retomar de alguna forma la antipsiquiatría, para poder reencontrarnos con una psiquiatría humanizada, el péndulo ha de oscilar de nuevo, otra vuelta de espiral es necesaria. Ahora me parece que todo tiene más que ver con si nos atrevemos a cambiar, en vez de si nos dejarán cambiar.

“Habla vacía”

Respeto mucho a las personas que dedican su tiempo y su energía a la arqueología del saber, y creo que es un terreno del conocimiento humano fascinante y que puede ayudarnos mucho a comprendernos en tanto humanos, como especie. Pero corremos un peligro muy grande cuando esos descubrimientos petrifican algo vivo. No existe un habla más vacía que la que pretende ignorar la subjetividad de otro y erigirse en juez de lo que es significativo y lo que no lo es. Pecaré yo del mismo fascismo con este principio, tan conocido: No existe la no comunicación. No existe el no-vínculo. No existe lo no-significativo cuando hablamos de personas. Y el discurso psicótico es uno de los discursos más profundos, complejos y llenos de sentido que he podido escuchar en toda mi vida. Y creo que el que no ha podido sentir eso escuchando a alguna de esas personas en esos momentos, tiene un grave problema de oído en el afecto o viceversa. 

Solidaridad

En el ambiente laboral no suele existir una verdadera solidaridad entre personas, un verdadero compromiso, un sentimiento de lucha compartida, de viaje en común. Y fuera del ambiente laboral tampoco. Incluso dentro de la misma familia es raro. Menos raro es el agrupamiento paranoide, que une por el miedo a un otro. Esta es la forma básica de agruparnos los seres humanos, y es una forma que no pasa de la animalidad. Y si suponemos que esta es la forma de agruparnos como profesionales en torno a la tarea de enfrentar la salud y el malestar, podemos intuir cuales serán los resultados, cuáles están siendo. Por eso nuestra colusiva ignorancia precisa de términos tales como cronicidad, o de toda la estructura ideológica imperante que nos mantiene presos en una cárcel invisible. Porque si no, tendríamos que enfrentarnos en cada momento con el conflicto de las relaciones humanas, en las que nosotros estamos actuando siempre como personas, con nuestra propia historia y nuestras emociones.

El problema no es la risa...

En una Unidad de Hospitalización, reunión de facultativos hablando de una paciente ingresada: “…está desorganizada, habla en inglés, dice que es guapa, muy inteligente, que a ella no le pasa nada.” “¡Entonces qué hace aquí!”- dijo otro con una sorna y una risa que me resultaron especialmente ácidas. Los demás se rieron. El problema ya no es el grado de risa, ni la costumbre con la que nos surge casi como un bostezo. El problema es que tengan que seguir existiendo esos espacios interpersonales donde tener que reírnos para descargar una tensión y una impotencia que todavía no hemos aprendido a manejar de otra forma, y eso que somos nosotros los profesionales de la Salud Mental. ¿Qué les pedimos entonces a los pacientes? 

Nueva psicopatología

Cada día me impacto más de la influencia del lenguaje en nuestro pensamiento, de que nacemos y vivimos en un caldo de palabrasfrasesideas que nos atraviesa y que conforma nuestra relación con los otros y el mundo, creyendo que estamos en posesión de algo que nos posee, algo así como un fascismo invisible al que nos sometemos sintiéndonos libres.

En este sentido, una nueva psicopatología es sinónimo de un nuevo pensamiento, de una nueva mirada hacia esa realidad volublescurridiza y siempre cambiante de las personas en interacción con las personas en el contexto del mundo. Y es en este sentido en el que es necesario liberar la palabra social reprimida, oculta, olvidada, una palabra social de la que se hacen cargo los llamados locos, los inmigrantes, los marginados y excluidos de toda índole, todo aquel que denuncia con su sufrimiento la responsabilidad diluida en tantos rostros sin rostro, en cada uno de nosotros, en nuestro anonimato verdugo de hombres.

Y en el fondo, la estereotipia de nuestro lenguaje, de nuestro pensamiento, no es más que la única forma que hemos aprendido de defendernos del miedo tan atroz que tenemos a sentirnos solos.

“Tiene baja tolerancia a la frustración, mucha dificultad para aceptar los límites"

Este es otro de los conceptos que se utiliza muy frecuentemente, generalmente referido a los llamados trastornos de personalidad. Me hace mucha gracia cuando pienso en mi tolerancia a la frustración y en cómo acepto los límites. No me gusta sentirme frustrado, y mucho menos que alguien me frustre. No me tomo nada bien los límites, cuanto menos si no estoy de acuerdo con ellos. Es entonces cuando pienso que lo que existe es una diferente graduación en cuanto a la expresión-exteriorización de la frustración y el malestar que nos provoca sentir los límites, vengan de dóndequiéncómo vengan. No sé si será esta cercanía con los llamados trastornos de personalidad, lo que condiciona la obsesión y la paranoia actual con estos diagnósticos. A veces caemos en la absurda frase: “tiene rasgos de personalidad”. Si consideramos que todos tenemos personalidad, signifique lo que signifique para cada cual este constructo, podría decir que existen tantos trastornos de personalidad como personas. Quien sea libre, que tire la primera piedra.

Cuanta razón...

"¡Teatro! ¡Es todo un teatro lo que hacéis los psiquiatras!” Me gritaba una paciente en medio del pasillo de la Unidad donde trabajaba. Era de esos gritos que no asustan, incluso que resultan tiernos en su protesta desnuda. ¡Me tiene que pedir disculpas el hospital por tenerme aquí!

miércoles, 30 de julio de 2014

“Es muy fácil, si no crees en el diagnóstico que me han puesto, deja de darme una medicación que no necesito y dame el alta. Yo no molesto a nadie”

Me veo atrapado sin remedio en una encrucijada. Creo que la única solución es dejar esta profesión. No creo en los diagnósticos que les voy poniendo a las personas, creo que las medicaciones que uso como psiquiatra no curan absolutamente nada, simplemente calman, adormecen, la mayor parte de las veces ocultan cosas. No creo en los diagnósticos, ni categoriales ni los modernos dimensionales que tratan de ponerle cascabel nuevo a gato viejo. Me siento atrapado teniendo que medicar a la gente y ponerle apodos horrorosamente estigmatizantes. Y lo peor de todo. Me siento tremendamente solo en esta desesperación, que se desespera por muda. Por eso escribo. Para vaciarme de ansiedad y llamar a alguien en la distancia. Sé que no estoy solo, no soy un psiquiatra enloquecido, o demasiado sensible, o todavía demasiado joven. No. Somos muchos punzados por la angustia, por la inconformidad. Somos muchos los que nos resistimos a dormirnos en un colchón caliente y abultado, a los que hay algo que nos duele casi sin saber nombrarlo. Somos muchos los hastiados de tanto manual y protocolo. Somos muchas las personas en busca de personas, solo personas con un rol nada casual, buscando, tratando de encontrar personas, con una vida nada casual, y mucho menos causada por mecanismos indescifrables. Personas tratando con personas, nacidas de personas, viviendo entre personas. Y nada más. 

¿De verdad creo que no necesita medicación? No lo sé, puede que le venga bien para tratar de acercarse a las personas, como medio para el intento arriesgado y brutal de acercarse a alguien, pero puede que no. Lo que sé es que su futuro no pasa por el encuentro, mucho menos obligado, con un sistema impersonal y deshumanizante, que lo único que me pide, que me exige como profesional, es que la pinche y cumpla con el reglamento de visitas, que no dé problemas, que no moleste, pero que si se quiere encerrar en su casa y no ver a nadie, que tampoco, que luego la familia se preocupa y es ella la que molesta. El interés del encuentro, de la verdadera búsqueda, permanece latente, creo que dentro de todos nosotros. Lo que pasa es que a veces, muchas veces, se ha ido tan al fondo que parece imposible rescatarlo. Sobrevivimos mediocremente entre la soledad de tantas ausencias. Ausencias que se hacen presentes a pesar de nuestros esfuerzos por no mirarlas.

“Soy Crónico”

La cronicidad es uno de los grandes tabúes de nuestra disciplina. Tabúes para pacientes, familias y profesionales. Deseos confrontados en todas las partes. Deseos de mantener oculto lo depositado, que nos llamaría a gritos, nos escupiría, nos haría sentir culpables. Deseos tímidos de liberación que se quedan atrapados entre tanto miedo. Miedo a la posibilidad de que pueda existir algo parecido a la curación. Una especie de resurrección respecto a la cual todos nos comportamos como Tomás, incrédulos de un despertar que nos llevaría a cuestionarnos a nosotros mismos y nuestra actuación diaria con las personas. La rotura de la imagen del mundo, inconscientemente tallada a lo largo de la historia y las historias que nos conforman.

Y siendo un tabú, en todos los manuales y psicoeducativos aparece impúdica y desvergonzada, es una enfermedad crónica, como la diabetes o la HTA. Y no nos inmutamos. Un signo más del estado de encierro invisible en el que nos encontramos, del fascismo que nos atrapa sin saberlo y que, en muchas ocasiones, nosotros mismos nos encargamos de enarbolar y defender como una bandera, casi como una patria. 

La máquina funcionando...

Cuando llega la marabunta ya no es posible el pensamiento. Actuamos mecánicamente, movidos por esa inercia personal e institucional inconsciente que nos envuelve en su sedante sordina. Es el silencio social. La ideología dominante funcionando...

Resistencia(s) al cambio

“Hay mucha resistencia al cambio; queda fuera de nuestras posibilidades -dijo, evidentemente aliviado por haberse desprendido, con aquella frase mágica, del sentimiento de co-responsabilidad”.

Una y otra vez se repite: La cronicidad de un abandono. Si todos vamos en un coche, sea donde sea donde nos sentemos, todos colaboramos en el rozamiento (un análogo de la resistencia al movimiento, al cambio). El problema es pensar que en el coche van ellos, y nosotros nos mantenemos en un limbo divinizado desde donde intervenimos e interactuamos, pero sólo en lo que queremos (creer). Su resistencia es también y siempre, nuestra resistencia.

Honrando a Laing

Los grupos. Cónclave. Aventura de un encuentro. La búsqueda de un aquí y ahora compartido, ese paraíso perdido de la animalidad sonriente y fresca que avanza ciega hacia la muerte. Acabo de salir de un grupo, me recobro el tiempo transfigurado. Han hablado de que la enfermedad es un invento, la enfermedad mental como una herida en el corazón y las emociones prevalecen sobre todo lo demás. Uno de ellos ha lanzado una flecha de agradecimiento por la antipsiquiatría, en especial por R. D. Laing, diciendo que “se jugaron su salud mental porque los llamados enfermos mentales avanzáramos”.

Salud y enfermedad....continuación.

En cuanto al par integración-salud y siguiendo el hilo argumental, si pensamos que el incremento de salud está directamente relacionado con el nivel de integración dentro de la compleja malla interpersonal en la que nacemos y vivimos en cada momento, tendremos que pensar cuáles son esas cosas, situaciones y experiencias que tenemos que integrar. La primera aproximación estaría centrada en que son las experiencias, principalmente emocionales, siempre contextualizadas en el espaciotiempo y siempre en relación a un(os) otro(s), las que son objeto de integración o negación, represión, disociación, escisión, etc. Experiencias emocionales contextualizadas. Este es el terreno de la llamada psicobiografía, en cuanto desarrollo y sucesos significativos en la vida de alguien en relación a los otros y al mundo, incluyendo tanto la experiencia de la propia persona como las experiencias de las personas que han formado o forman parte de esa historia, principal y primeramente el núcleo familiar o de convivencia.(Eso sin tomar en cuenta que la experiencia no termina ahí, sino que podemos entrar en la espiral de la experiencia que uno tiene de la experiencia del otro y la experiencia que tiene el otro de esa experiencia que tiene el otro de él mismo, pudiendo repetirse bucles al infinito). Todo este complejo dinamismo de interexperiencias, a veces de difícil articulación y expresión, es el que conforma nuestro campo de estudio e intervención dentro de la Salud Mental. Y ahora llegamos al problema fundamental. ¿Cómo podemos siquiera conocer, profundizar y mucho menos intervenir sobre este complejo campo con los recursos tal y como los tenemos distribuidos actualmente? (tiempos de atención-escucha, mirada medicalizante, presiones institucionales de altas). Y dónde está el engaño cuando hasta parece que estas quejas están en boca de todos, qué es lo que nos llena la boca, o nos aprieta el culo para no cagarnos en esta mierda de sistema en el que estamos metidos, ¿De qué tenemos miedo? ¿A perder nuestro manojo? ¿Acaso a quedarnos solos? ¿Acaso no lo estamos ya? 

...Qué se podría hacer con el ahorro del gasto farmacéutico si se reutilizara en gasto interpersonal, al fin y al cabo en tratamiento para la soledad que se nos come a dentelladas en esta sociedad.

No existe peor encierro del que se cree libre sin serlo

En este sentido, una nueva psicopatología es sinónimo de un nuevo pensamiento, de una nueva mirada hacia esa realidad volublescurridiza y siempre cambiante de las personas en interacción con las personas en el contexto del mundo. Y es en este sentido en el que es necesario liberar la palabra social_ reprimida, oculta, olvidada, una palabra social de la que se hacen cargo los llamados locos, los marginados de toda índole, los inmigrantes, todo aquel que denuncia con su sufrimiento la responsabilidad diluida en tantos rostros sin rostro, en cada uno de nosotros, en nuestro anonimato verdugo de hombres.

Y en el fondo, la estereotipia de nuestro lenguaje, de nuestro pensamiento, no es más que la única forma que hemos aprendido de defendernos del miedo atroz y solitario en el que nos sentimos ante tanto sufrimiento humano. O dicho de otro modo, el miedo tan atroz que todos tenemos a sentirnos solos.

Salud y enfermedad

Si suponemos que el gradiente de salud-enfermedad se relaciona de forma directamente proporcional con el gradiente de integración, primero en nuestro medio familiar y después en los diferentes medios, y como medio terapéutico el hospital, podemos teorizar que a mayor grado de integración entre el personal tratante-curante, mayor potencia terapéutica, mayor capacidad de promover cambios hacia el polo saludable, integrado, del gradiente.

En este sentido, habría que diferenciar dos visiones del papel de la hospitalización, que permanecen escindidas y recorren su trayecto de forma paralela:

1. La primera es el hospital como un lugar y un tiempo donde compensar una enfermedad médico-psiquiátrica, donde estabilizar los síntomas y las conductas, para poder conseguir así externar a los pacientes hacia cualquier otro sitio de la comunidad (esto no implica en absoluto ningún tipo de integración en la misma, incluso puede ser simplemente la depositación en otro espacio, por ejemplo residencia de algún tipo, por un tiempo indefinido). Aquí se manifiesta la mayor perversión del sistema industrial-capitalista en el que estamos inmersos, la atrozidad del número contra la persona.

2. La otra visión es la que paralelamente corre a cargo de las personas en cuanto existentes, en cuanto vivenciadores de una realidad interpersonal subjetivamente  significativa, en la que lo único que cuenta es el espaciotiempo interpersonal de las relaciones en el aquí y ahora, siempre mediatizadas por el allí y entonces de nuestros grupos internos y por esa otra realidad que corre paralela.

Estas dos visiones se confunden y se mezclan, pero no se muestran integradas, sino que más bien es su falta de integración una de las grandes causantes del sufrimiento personal de los involucrados y de la baja capacidad curante que tenemos como Equipos de salud.

Y entonces, si pensamos la curación (si es que aún se permite hablar y escribir en tales términos) como el resultado de múltiples procesos de integración interpersonal y social, y la potencia de los Equipos curantes viene determinada por su propio nivel de integración, que a su vez determina su propia capacidad de promover esos procesos de integración en un ambiente determinado, nos damos cuenta del largo y arduo camino que nos queda si es que queremos de verdad plantearnos las preguntas fundamentales para poder construir juntos, o al menos insinuar, algunas de las respuestas al drama del sufrimiento humano que son las llamadas enfermedades mentales.

En recuerdo de José María. DEP.

Un paciente psicótico, en estado maniforme, se siente el rey del mundo, el dueño de todo, me arrastra al pasillo y no para de quejarse de que las luces están encendidas en la Unidad toda la noche, y ahora también por la mañana, focos y focos consumiendo energía, dinero, dinero que dice podríamos ahorrar para gente como ellos, dice señalando al resto. Siento que diciéndomelo a mí no arreglamos nada, le digo que cuando salga lo escriba, lo reclame en atención al usuario del hospital. Me dice que ya me lo está diciendo a mí. Me digo que quizás alguien tiene que escribir lo que otros deliran tan cuerdamente.

Para caerse de espaldas o pegar un golpe

"¿Lo hemos curado?- dijo con una sorna especial. 
No - se respondió cínicamente a sí mismo sonriendo.
Tiene un delirio tan cronificado que es imposible de quitar."
...

“No he podido explorarlo porque no colabora en la entrevista”

Sería interesante pensar sobre la llamada abordabilidad y colaboración de los pacientes. Ambos términos introducen intrínsecamente a un-otro que aborda y colabora. Es decir, existe una parte del vínculo que mantenemos escindida durante la entrevista, presuponiéndonos inmutables en nuestra capacidad de abordar y colaborar con la persona que tenemos delante en ese momento. En la exploración psiquiátrica no escribimos: “me ha resultado difícil abordar a este paciente porque ya estaba muy cansado de ver pacientes a lo largo del día” o "me ha costado abordar al paciente porque estaba muy preocupado con un tema personal” o “me ha resultado muy complicado colaborar con este paciente porque me producía una contratransferencia muy potente (ó un cabreo muy grande) que no he podido manejar adecuadamente en ese momento”, etc. Eso sin hablar de que el término abordar, me trae la imagen de un barco pirata atacando a otro sin contemplaciones, parece que el tema de la caza sigue sobrevolando nuestro arte psicopatológico (arte que me recuerda al arte de la espada, el arte de la guerra, más que a otros artes más humanizados).

“Cuando estoy en casa con mi madre, parece que se me llevan los demonios”

A la caza de la alucinación. Hay un fenómeno curioso que resulta de estar obsesionados por la psicopatología tradicional. Durante las entrevistas estamos como con un ganapán, intentando cazar síntomas que delaten la enfermedad de ese otro que tenemos delante, hecho bastante tranquilizador para nosotros, supuestos portadores de salud. No estamos escuchando, no estamos tratando de buscar a ese otro que se perfila, casi siempre que se oculta por miedo. En más de una ocasión se activan las antenas ante una palabra, una frase que despierta sospechas, ¿qué querrá decir?, y no nos preguntamos esto pensando en la persona que tenemos enfrente, sino en la supuesta enfermedad que hay que descubrir en ella a través de los signos y síntomas que tan claramente están descritos en los libros, pequeños y grandes manuales de caza.

“Vine aquí para que me dijerais la verdad…y lo que me decís es que estoy enfermo”

Cómo es posible el encuentro, cuando La Verdad es como una puta mentirosa y perversa que se presenta con miles de caras y gestos que confunden, pero a la vez seduce contundente a nuestra experiencia. Quién soy yo para decir dónde está la verdad y de quién es. ¿La verdad de quién? A tientas me doy cuenta de un pequeño balbuceo: Cuanto mayor sea la distancia entre nuestras experiencias (la disyunción interexperiencias de Laing) mayor será la distancia que trataré de poner entre nosotros o, más simple y para psiquiatras, cuanto menos te comprenda más medicación querré ponerte.

Nueva psico(pato)logía

Hay que rehacer la psicopatología tradicional (intrapersonal) para transformarla en una psicopatología interpersonal donde aparezca lo escindido del vínculo, ese lugar, todavía oscuro, de la supuesta salud que se sienta al otro lado de la mesa. Cuanto más lejanos (nos) sentimos (de) a un paciente más tendemos a atribuirle un estado de locura, o de enfermedad mental, o de trastorno, y, si somos psiquiatras, más tendemos a intervenir en el nivel de la prescripción psicofarmacológica.

Me recuerdo en mis guardias de residente, escribiendo los informes, al principio con ansiedad, casi como miedo, como si estuviera escribiendo sentencias miradas con miles de ojos. Y recuerdo la progresiva estupidez en la que me sentía a medida que la ansiedad se iba adormeciendo con el ronroneo de la rutina. Llegaba un momento en que una misma exploración psicopatológica podría valer para muchas personas, y para ninguna. La sistematización-mecanización de la exploración psicopatológica, primeramente necesaria para estructurar la mirada, puede convertirse en una perversión en el mirar a los otros, que acaba siendo un no-mirar al otro, un mirar-la-nada.

jueves, 17 de julio de 2014

Institucionalización

El proceso de institucionalización de los llamados pacientes, que siempre señalamos como si fuera una marca histórica indeleble ajena a nuestra responsabilidad profesional actual, se corresponde con una institucionalización de la violencia interpersonal por parte de los profesionales que trabajan en la misma institución. En el fondo es una institucionalización del poder, distribuido de tal forma que los pacientes quedan institucionalizados, mientras que los profesionales institucionalizan la violencia que mantiene ese estado de cosas. El paso del tiempo hace lo propio, y a eso lo llamamos "efectos de la institucionalización en los paciente crónicos", cuando en realidad es la estructura de poder mantenida por todos, pero sobre todo por nosotros, la que nos institucionaliza a todos, pero sobre todo a ellos.

Sobre las causas

Si uno quiere preguntarse por las causas de las enfermedades mentales, debería ir a los lugares donde se trata a estas personas y preguntarse qué o quienes los han llevado allí. Al margen de las peculiaridades genéticas de cada uno, existen curiosas coincidencias en cuanto a las problemáticas sociales, económicas y familiares, que pueden hacernos sospechar de la importancia, no claramente explic(it)ada en los manuales al uso, de estos factores, que las más de las veces se ven relegados a meros apéndices de un biologicismo totalitario, casi inquisitorial, que ocluye los múltiples discursos de la intersubjetividad para plantearnos una existencia humana atrófica y unidimensional, o incluso algo peor, cuando aparentemente quedan reflejados en la pantomima, igual de totalitaria, del furor integrador, eclécticos ta, tan de moda en los últimos años, cuando curiosamente aumenta exponencialmente el grado de fascismo ejercido por unos grupos humanos sobre otros grupos humanos.

Más sobre el orden psiquiátrico

I
Existe un orden. Lo imponemos cada día en nuestra mente. Se nos impone un orden ordenadamente silencioso en su ordenamiento, tanto que sale de nuestras bocas, incluso de nuestras vísceras, que ya no sabemos ni lo que es sentir. Imponemos unas pautas, unas palabras cuidadosamente ordenadas, científicamente pulidas por las consignas de un ahora social que se nos escapa de tan presente como el aire. La ordenación de un rol social que recibe los andrajos de unos restos de personas que salen maltrechas de una sociedad enfermante, restos que diligentemente ordenamos según los ordenamientos ordenados de nuestros saberes, esos espantapájaros interesados que nos pueblan, para que puedan volver a maltrecharse una vez más en la trituradora de hombres en que se ha convertido esta sociedad, este mundo que necesita de nosotros, oh psiquiatras, para guardar un orden necesario, necesariamente ordenados en nuestros nichos cotidianos, a veces llamados despachos, a veces consultas, locales, domicilios, comunidades, incluso vidas privadas, esas vidas privadas de vida y cuidadosamente ordenadas que caminan disciplinadas por las aceras y leen silenciosamente los periódicos en las cafeterías de las ciudades.

II
La aparente imprevisibilidad de las relaciones o la aparente inamovilidad de las rutinas estereotipadas, no son más que diferentes ordenamientos visibles de la aparente invisibilidad del inconsciente grupal del que todos formamos parte. Nadie se escapa porque todos estamos dentro. No hay una afuera absoluto, tan sólo una interpretación múltiple y simultánea de posiciones relativas. Así mismo no hay un adentro absoluto, tan sólo una multiplicidad de experiencias interconectados. Entonces, ¿qué hay del orden que imponen la psiquiatría y las llamadas ciencias del comportamiento? ¿Es que hemos quedado reducidos  a un fenómeno observable, una conducta? ¿Quién observa a los que observan? ¿Quién cree observar? ¿Quién es observado? Las connotaciones paranoicas son claras a la par que invisibles de cotidianidad. Los antiguos llamados locos, nombre que queremos desterrar de nuestro vocabulario para tapar nuestra hipócrita buena conciencia de nosotros mismos, nos escupen las verdades encriptadas. Desechamos sus palabras, su discurso contraordenado, que no desordenado, suele rebotar contra unos tapones meticulosamente colocados en nuestros oídos desafectos, cuidadosamente ordenados y clasificados. Nuestros ojos observan conductas alteradas; indescifrables movimientos de liberación! de queja! incluso de súplica! quedan ahogados en una ceguera felizmente compartida en un festín patético de platos dorados, corazones ajenos e intestinos compartidos. Alcemos las copas. Un brindis por la muerte que nos convoca y a la que nos precipitamos orgullosos. Festín de necios, sordos, ciegos y demás inocentes con bastón. Que vivan el orden y los ordenamientos. Que se haga así por siempre y si puede ser con otro orden más silente mejor. Que nadie más nos mire recelosos. Y si siguen los locos ladrando, ¡pues mejor, porque ellos son nuestro alimento! Amén.

III
El diagnóstico representa el máximo paradigma del ordenamiento. El ordenamiento de la mirada y de la escucha. La estructuración de un mirar y un escuchar hasta la ceguera y la sordera más establecidas. Una ceguera y una sordera anosognósicas. Las diferentes formas de ordenar esas miradas-escucha como construcciones paradigmáticas del universo fenoménico-experiencial al que pertenecemos. Paradigmas construidos sobre una realidad y que crean realidad. Una realidad que se va petrificando a base de palabras cemento, formando pensamientos tumba y creando cementerios de personas que creemos relacionarnos, cuando lo que hacemos es des-esperar lo inesperado del encuentro.

IV
Si diagnosticar es mirar y escuchar, hay tantos diagnósticos como miradas y escuchas. Si ese diagnosticar requiere de comunicabilidad para con otros, se pierde en subjetividad para ganar intersubjetividad. Si diagnosticar se refiere a un manual de caza como los que se usan actualmente, justificados inverosímilmente por una utilidad comunicacional que en verdad están interrumpiendo, perdemos subjetividad, intersubjetividad y no ganamos más que cemento, más tumbas, para este nuestro cementerio social que es la salud mental, tal y como se entiende y se practica en la actualidad.

V
Hay que encontrar el equilibrio del grupo, encontrar la mirada-escucha compatible por la experiencia directa. Que la experiencia sea el eje de la mirada-escucha, y ésta, no puede ser más que grupal. Este es el único camino posible. Y es un camino olvidado de tanto nombrarlo: equipo, grupo, equipos, coordinaciones...ordenaciones de grupos que no salen de la serialidad de una batalla silenciosa por el poder, por un sálvese quien pueda miserable, ni siquiera digno del animal. La realidad está puntuada por cada ser que experimenta y las puntuaciones extraexperienciales amputamos la experiencia.

martes, 15 de julio de 2014

La realidad

I
El que dice de la experiencia de otra persona: "Eso no es real", esta violando el primer principio de las ciencias humanas: Todo lo que se experimenta es real. Experimento luego existo.

II
Decir de la experiencia de alguien que no es real es el fenómeno fascista por excelencia de nuestros tiempos modernos, dedicados a la tecnocracia del control, precisamente de lo más íntimo: nuestra experiencia.

Sobre la grupalidad

I
Cada vez tengo menos claro qué soy como individuo. Cada vez veo más claro que soy grupo.

II
La primera, la segunda y la tercera persona del singular, son una reducción de la primera, la segunda y la tercera persona del plural. Y éstas no son más que una refracción surgida del prisma de la subjetividad.

III
¿Quién soy yo?, preguntó él. ¿Quién eres tú?, pregunto yo. Pregúntame quién soy y te diré quién eres. Pregúntate quién eres y te diré quién soy. Él, tú, yo, tú, él.

IV
Vivimos la limitada experiencia de la individualidad, alejados de la experiencia de la grupalidad. El soy no es más que una de las múltiples refracciones del somos, estructura básica que hemos de recuperar.

V
El mayor problema a la hora de pensar la grupalidad surge cuando el individualismo, forjado tenazmente en Occidente desde hace siglos se resiste a diluirse, y esta dificultad se exacerba por la excesiva importancia dada al cuerpo (en esa perenne oscilación alma-cuerpo-alma-cuerpo...), como cosa, como objeto, que va aparejado con un intenso miedo a la muerte. Todas estas dificultades pueden irse atenuando pensando en que la muerte de los cuerpos prácticamente no altera las dinámicas de la grupalidad que somos, una grupalidad que nos precede y nos continúa, engullendo nuestras vanidosas individualidades en esa trama gigantesca y enigmática que avanza ciega a través de la historia del hombre.

VI
Si la realidad construida por un grupo humano es siempre intersubjetiva, esto implica que tal realidad es una función de probabilidad, en cambio constante y con múltiples focos de significación. Cómo se articula esto y cómo dicha articulación genera cambios en esa realidad es todavía un proceso casi totalmente desconocido. Que la realidad es un constructor interpersonal resulta un concepto vago y poco concreto que tenemos que explorar conjuntamente, no sólo con experiencias grupales de laboratorio, sino grupalmente.

lunes, 14 de julio de 2014

Sobre el rol de psiquiatra

Psiquiatra. Rol social, ocupación, función del estado, política de control. Somos como transformadores de sentido, aplicamos conceptos que crean realidades que se petrifican en las mentes de los otros, nuestras mentes, esas mentes atrapadas por ese nudo de sentidos que no logramos aclarar. Y nos mantenemos mientras tanto aparentemente claros en nuestra pútrida lucidez, esa lucidez de bata blanca y silla acolchada, esa lucidez onanista de despacho cerrado, de ingles apretadas y rostro cincelado por la traición de sí mismo. Juntos podemos palmearnos la espalda y guiñarnos los ojos. Nuestra palabrería psicopatológica nos protege en una calidez engreída en la que nos contamos las historias que queremos contarnos y nos callamos las que nos incomodan, esas que nos cuentan aquellos a quien atendemos en nuestra falsa actitud altruista, esas que tachamos fácilmente de locas, delirantes, manipuladoras, para luego desplazar por un canal oculto nuestra culpa, si es que nos queda alguna, hacia esos otros, la familia, la sociedad, incluso nosotros mismos en otros lugares, esos otros que no saben lo que hacen cuando estigmatizan a esos pobres corderitos manipuladores que tan cordialmente atendemos en los ratos del decrépito día a día...

Sobre el orden psiquiátrico

Sobre el orden y los ordenamientos, sobre las órdenes y las ordenadas sin co-, coordenadas de un sistema que condensa, junto con las cárceles, todo el material que es negado, escindido, disociado, en fin, temido, de nuestras relaciones como hombres y en cuanto especie, algo así como el agujero negro de nosotros mismos.
En cada red de salud mental existen dispositivos que organizan la relación con la población y el resto de las instituciones con las que toma contacto, dispositivos encarnados en personas-roles, dispositivos interelacionados a través de éstas, interelaciones de dispositivos expresadas en claves teatrales de personas.
Los delirios forman parte de la misma escena, y escindir la escena se convierte en la defensa de un sistema al que no le interesa contener y digerir ciertos aspectos de sí misma, principalmente porque el capital se vería destruido, y el capital, esa plusvalía onanista en manos de unos pocos, es como un adicto a cualquier objeto-sustancia que no va a permitir fácilmente el cambio.
Escenas, teatros, historias, contextos, coordenadas donde perderse entre tanto ordenamiento ordenado, órdenes y mandos que estructuran jerarquías, pirámides de poder que aplastan toneladas de hombres bajo piedras, convicciones, consignas, hechas paces y peces para todos.
El magma social se petrifica en el lenguaje escrito, en los diagnósticos creadores de realidad que se hace perenne, inmutable en su absolutismo. El fascismo de la palabra y de la imagen, un manto neblinoso para pera el pensamiento, que consiste precisamente en deshacer y rehacer constantemente las palabras, las frases, las letras mismas para crear nuevos pensamientos que en un futuro tendrán que digerir se a sí mismos. En este sentido, la realidad del conocimiento psiquiátrico-psicológico es un delirio socialmente construido y aceptado como verdad que ejerce de contramuro para esoso otros delirios, no menos verdaderos,de los llamados pacientes que se encuentran atrapados en ellos, haciéndose cargo de las fallas de un sistema tan totalitario como invisible.
Y al final, funestamente, lo que quedan no son ni cenizas, tan sólo moléculas formando parte de un todo del que nos hemos olvidado por pensar, por nuestro lenguaje  soberbiamente estúpido. Y tanto por sentir. Tanto que no llega, pero que se nos presenta a horcajadas con cada "paciente-sistema-síntoma" , con cada efervescencia social que rápidamente acallamos con nuestra cínica química apalabrada con el poder, esa curvatura invisible que nos devora aplanando nuestras relaciones humanas, que ya no alcanzan...

sábado, 12 de julio de 2014

Un aforismo

Un aforismo es como una señal en el océano oscuro, un faro intermitente, casi alucinatorio, como un espejismo en el desierto. Un golpe. Una uña rascando, rascando, levantando la piel dolorida, como un gusano metálico y diminuto. Ya no hay comienzo. Tampoco hay fin. Todo está dicho. Cuando se abren los ojos llega el más acá de las palabras, lo que está debajo de la piel, esa que horada el gusano. Entonces ya no tiene sentido escribir. Pero escribir es una necesidad, un imperativo evacuatorio, casi digestivo. Por eso un aforismo es como una seña, puede que un señuelo, un guiño. Un golpe de martillo en las convicciones, piedras, paja y demás habitantes de nuestras vísceras. Una posibilidad. Cientos de posibilidades. O ninguna.

Paciente y psiquiatra, crónica de un desencuentro anunciado...

Un paciente dice: Estáis experimentando con nosotros como cobayas.
El psiquiatra piensa: Está delirando.
El psiquiatra anota: Delirio de perjuicio.
El paciente siente: No me comprende.
El psiquiatra dice: ¿Te has tomado el tratamiento?
El paciente piensa: ¿Lo ves? Tú también lo haces.
¿Qué siente el psiquiatra?
El paciente lo (a)nota.